La Ecopsicología es una disciplina que surgió en los años ´80 en el ámbito académico de la Psicología en Berkeley, ciudad del estado de California (EE.UU), y une la Ecología con la Psicología.
Para entender mejor, conversamos con Teresita Dominguez, Directora del Centro de Ecopsicología de Uruguay y representante de la International Ecopsychology Society. Lo que nos explicó es que en ese momento, ya en un contexto de crisis ecológica, los académicos comenzaron a preguntarse qué podía aportar la psicología a ese contexto crítico.
Fue así que plantearon su postura: que la psicología se centraba solo en los vínculos con las personas, pero no en otro tipo de vínculos, como por ejemplo nuestro vínculo con el entorno natural y que, claramente, estaba sucediendo algo ahí.
Fue así que se dió forma a una nueva disciplina que retoma esa omisión para investigar sus causas y consecuencias. La Ecopsicología presenta esta separación entre humano-naturaleza como un quiebre de relación que ha traído consecuencias negativas tanto en el bienestar humano como en el bienestar ambiental. Y entre tantas cosas, propone la urgencia de vincularnos.
El vínculo humano-naturaleza
Actualmente estamos cada vez más privados del entorno natural. Esto se debe a que vivimos en un creciente fenómeno de reducción de horizontes. Por un lado, por la falta de espacios verdes en áreas urbanas para explorar e interactuar con el entorno natural. Desde la era de la Industrialización y creciente urbanización, vivimos en espacios cada vez más reducidos que le dan poco valor a la naturaleza.
La evidencia científica demuestra que esto está impactando en nuestra salud. Algunas de las consecuencias de esta distancia son: obesidad, dificultad de atención, enfermedades cardiovasculares y depresión (Richard Louv, en Last Child in the Woods: Saving Our Children From Nature-Déficit Disorder, 2008). Esto actualmente se lo conoce como trastorno por déficit de naturaleza.
Pero por otro lado, este quiebre también se viene acelerando por la creciente institucionalización de una de las etapas cruciales de nuestro desarrollo y vínculo con el entorno: la infancia. Los primeros años de la niñez transcurren en espacios como jardines de infantes o escuelas cada vez más privados de entornos naturales, en donde por varias horas los más chicos deben aprender encerrados dentro de cuatro paredes.
Frente a esto, expertos de la Ecopsicología proponen repensarlo todo. En el documental El Comienzo de la vida 2: allá afuera (disponible en Netflix), expertos del mundo relacionados a la educación y ecopsicología, se preguntan ¿por qué un lugar construido socialmente para realizar un proceso de transmisión de conocimiento es decir, de enseñanza, es solo el aula de una escuela? ¿Por qué construimos una idea de que afuera es la nada?
En este documental se explica que el entorno natural es más que un espacio de juego, es también un lugar de aprendizaje y que, al desvincularnos, nos estamos perdiendo de otros conocimientos que no se transmiten en el aula.
Teresita Dominguez, también concuerda con esto. Explica que la educación intelectual del niño no debería empezar hasta los siete años y que en ese tiempo debería jugar y jugar en el entorno, trabajando los sentidos, la fantasía. las emociones. Trabajar estas áreas emocionales y físicas y luego integrar el desarrollo del área intelectual hace la diferencia en el tipo de adulto independiente que podemos llegar a ser (Dominguez, 2022).
La infancia, una etapa crucial para potenciar el vínculo
Los niños y niñas que se educan en espacios abiertos en contacto con la naturaleza desarrollan mediante el juego capacidades como la imaginación, lectura del espacio, motricidad y coordinación, empatía, compañerismo, entre otros.
“Cuando un niño está jugando afuera, todo en él está activado: equilibrio, fuerza, valor, coraje, todo presente en una actividad externa. Eso también es aprendizaje. Son cosas que no se aprenden del pizarrón” (Lea Tiriba, profesora de Educación, UNRIO Brasil, en el documental El Comienzo de la vida 2: allá afuera).
Pero además, cuando en la niñez jugamos, también aprendemos a ver la vida dentro de las cosas. Lo que explican los expertos es que en los primeros años de vida poseemos un pensamiento sincrético, que significa que el árbol, una mariposa o una persona son lo mismo a sus ojos, es decir, piensan, hablan, están vivos (Gandy Piorski, investigador en antropología del imaginario, Brasil, en el documental El Comienzo de la vida 2: allá afuera). Una habilidad que solemos perder a medida que crecemos.
La infancia entonces es una etapa del desarrollo en el que somos capaces de reinventar la naturaleza, de tener miradas únicas sobre el mundo. Y frente a este quiebre de vínculo, en donde casi no nos relacionamos, lo que estamos generando es no solo trastornos en nuestra salud, sino también en la salud del entorno natural: aguas y tierras contaminadas, bosques talados, entre otros.
Tal como lo explican en este documental, un niño que crece 12 años con la naturaleza afuera sin poder tocarla, de grande va a poder mirarla, pero no verla realmente, porque no se vinculó (Peter Kahn, profesor de Psicología, Universidad de Washington (EE.UU), en el documental El Comienzo de la vida 2: allá afuera). Y así, ¿cómo podemos esperar que como adultos seamos empáticos y amables con nuestro entorno?
Un vaso medio lleno: no todo está perdido
La crisis ambiental que actualmente estamos enfrentando necesita de innovación y creatividad. En un mundo en el que los adultos nos capacitamos formalmente para entender cómo funcionan los ciclos de la naturaleza, cómo nuestras actividades impactan en el ambiente, e incluso en cómo pensar mundos posibles, la ecopsicología parece presentar una nueva oportunidad. Tal vez más simple: darle más valor al entorno natural en nuestra vida, principalmente cuando crecemos. Todo indica que las conexiones genuinas entre los niños y el entorno natural pueden revolucionar nuestro futuro.
Para los adultos y adultas, tampoco es tarde. No importa si vivimos en una gran ciudad, o alejados de espacios verdes, siempre podemos comenzar a conectarnos más seguido con el entorno natural y así, darle más valor en nuestra vida.
Una propuesta para quienes están leyendo esta nota: podemos comenzar con salir al patio, la plaza, el río o mar que tengamos cerca y buscar despertar nuestros sentidos: pies en el pasto, atención en los sonidos y olores, mirar una flor, una ave o un insecto. En ese momento, detenerse y recordar que en ese contacto aprendemos y que tal vez hay algo que el entorno nos está enseñando. Como cuando éramos más chicos. Recordemos que todo eso que nos rodea está vivo y disponible para vincularnos.
Ailén Ortiz, Junio 2022
@aipi_ortiz